Don Carlos
Andrés Bellido Gonzales fue mi abuelo, o debo decir es mi abuelo, porque,
aunque hace muchos años que trascendió al plano de la eternidad, su recuerdo
vive en mí. Lo recuerdo como un señor muy guapo, con mucho cabello plateado y
ojos verdes grisáceos. Solo vivió 72 años y solo menos de 5 de ellos lo pude
disfrutar. Hoy es el aniversario de su nacimiento y sacando cuentas, nació en
Lima, en la casa familiar del Bosque de Matamula en 1891. Era 20 años mayor que
mi abuela Doña Toribia López vda de Bellido, como siempre recuerdo haber visto
que firmaba, con pluma fuente y tinta líquida. Ella nació en Ayas, provincia de
Huarochirí en 1911. Ellos me dejaron muchas herencias, no solo materiales sino
espirituales, ellos significan una parte muy importante de lo que soy y lo que
procuro que mis hijas y nieta sean. Inteligentes, laboriosos, orgullosos de su estirpe
y dispuestos a defender lo que habían logrado o habían recibido en heredad.
Mi abuelo era un
hacendado, alcalde de Matucana en varias ocasiones, civilista y administrador
del Banco Agropecuario de la época. Era agrimensor de profesión, aunque mi
madre siempre dijo que él quería ser militar, pero desde que nació, el cuarto
de sus hermanos, su futuro fue trazado por su padre. Él sería quien
administrara la Hacienda San Juan, patrimonio de la familia Bellido Gonzales. Decisión
indiscutible en la familia que le toco nacer. Mi abuela fue su segunda esposa,
porque la primera no resistió la soledad del campo y falleció dejando una niña
de 8 años que pasó a ser criada por la única hermana de mi abuelo. Esta también
era una costumbre de la época, mi tía Leoncia era 18 años mayor que mi mamá y
criada lejos de todo lo que significaba la hacienda. Mi madre y mi abuela
permanecieron junto a mi abuelo por todo el resto de su vida. Para ellas era un
gran personaje y eso es lo que me transmitieron a mí, en verdad fue un buen
proveedor, como correspondía a un caballero de esos tiempos.
Ayer, solo por
acción de la serendipia, asistí a una función del Coro Voces del Sol donde
canta mi nieta, este concierto se dio a beneficio de una organización fundada
por los jesuitas para cuidar adultos mayores en situación de abandono total,
material, psicológico y espiritual. Según nos explicaron ayer antes de la
hermosa presentación del coro, la organización trabaja en Cangallo una
provincia de Ayacucho a más de 3,500 metros sobre el nivel del mar, donde la
población ha envejecido sola, porque mucho jóvenes y adulto abandonaron el
lugar para huir de la guerrilla en los 60, del terrorismo en los 80 y ahora del
narcoterrorismo. Se fueron buscando una vida mejor y dejaron padres y madres
que en la actualidad son muy ancianos y que tal vez aún esperan que sus hijos
vuelvan. Los jesuitas y los voluntarios proveen atención a esta población
olvidada y triste. Para ellos ha ido las donaciones de las entradas al
concierto y algunas ventas que se hicieron en la puerta del templo de Fátima en
Miraflores donde se ofreció este espectáculo.
Hoy he
conversado con mis alumnas del proyecto de caridad que todos los años
procuramos implementar por esta época. Sé que los niños necesitados son el
centro de los esfuerzos para darles una Navidad feliz, aunque creo que las
poblaciones de adultos mayores necesitan ser visibilizados en todas partes.
Puede ser que algunos, como mis abuelos, vivieran una vida de cuidados, amados
y protegidos por sus hijos y sus nietos, pero ciertamente no es el caso más
común. Como lo mencionó el sacerdote jesuita que nos dirigió la palabra anoche -“hay
hijos buenos y algunos no tan buenos”. Pero por, sobre todo, estos seres
humanos, no solo necesitan de ayuda material, también que los acompañemos, los
escuchemos y los respetemos por su sabiduría y experiencia de vida.
Pensemos en
esto, no solo en época de Navidad sino todo el Año.
𝐑𝐞𝐜𝐨𝐫𝐝𝐞𝐦𝐨𝐬 𝐥𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐥𝐚𝐛𝐫𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐉𝐞𝐬𝙪́𝐬: «𝐂𝐚𝐝𝐚 𝐯𝐞𝐳 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐨 𝐡𝐢𝐜𝐢𝐬𝐭𝐞𝐢𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐮𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐬, 𝐦𝐢𝐬 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐦𝙖́𝐬 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞𝙣̃𝐨𝐬, 𝐜𝐨𝐧𝐦𝐢𝐠𝐨 𝐥𝐨 𝐡𝐢𝐜𝐢𝐬𝐭𝐞𝐢𝐬» (𝐌𝐭 25, 40).
Violeta Fonseca
Directora de Asesoría Educativa